Cometiste un gran error
y quedaste a la
deriva.
Sentiste el amor
y rodaste por el
mundo.
Te fuiste sin saber
que en la vida
existe el dolor y
la traición.
Al poco tiempo de
marcharte
ya estabas triste y
herida.
Perdiste el rumbo.
Después de caer,
te levantaste.
Volviste.
Triste y herida,
pero volviste.
Estuviste perdida
y me buscaste.
Regresaste.
Te perdoné.
Recuperarte,
después de perderte,
fue renacer,
después de morir.
Amarte… después de
amarte.
Quise olvidarte y
fue imposible.
Por eso te perdoné.
Ansioso de verte,
acosado por tu
ausencia,
toqué la oscuridad
con mis ojos apagados,
cubiertos de amargas
lágrimas espesas,
tan abiertos y tan llenos
de penumbras:
porque faltabas tú.
Faltaba tu imagen
real, tangible.
La que antes fue capturada
y retenida en mis
recuerdos,
pero tu imagen se
desvanecía,
ondulaba con cada palpitar
de mi angustiado
corazón.
Por eso te perdoné.
Necesitaba tu amor.
Tu silueta
revoloteando
inquieta dentro de
mi cabeza,
tal si fuera una persistente mariposa
en una flor
desbordante de polen;
no me permitieron
olvidarte.
Por eso te perdoné.
Necesitaba tanto
amarte.
Fue volver a nacer.
Sufrí y ahora --contigo—
nuevamente soy
feliz.
Por eso te perdoné.