La suave
brisa del atardecer
desordena su
cabello,
mientras el
tren se aleja lentamente
desde la vieja
estación del pueblo.
Ella lo mira
con ternura y agita un pañuelo
en señal de
despedida.
En lo alto,
el elegante vuelo de las alondras
es una danza
palpitante
decorando a
un nuboso cielo gris,
presagio de
un desolado corazón.
Cuando los
oxidados rieles han quedado al descubierto
y ya el tren
es un minúsculo punto en el horizonte,
un sollozo
silencioso le oprime el pecho
hasta
dejarlo sin aliento.
El diáfano
trinar de las alondras
al emigrar,
lo conmueve…
Un llanto
incontenible hace estallar sus ojos
en infinitas
lagrimas…
él la amaba…la
ama tanto y…nunca se lo dijo
(ella
sólo esperaba un “¡¡ quédate !!”)