La bella y sutil ostentación,
que deja el atardecer
durante el ocaso,
cuando al irse a
dormir el sol,
da las últimas
pinceladas,
de luces, sombras
y caprichosas formas,
sobre el cielo.
Salpicándolo de
tenues
aleaciones de magentas
y cianes
--que no alcanzan a
ser
celestes, azules,
rosados,
lilas o morados,
aunque pudieran ser
suaves mezclas
heterogéneas de ellos--
interrumpidos
apenas
con algo de tímidos
blancos, grises y
amarillos;
cuya levedad tonal
enmarcan la ciudad,
poco antes de que
comiencen a encenderse
sus artificiales y
poco agraciadas lucecillas,
que impedirán que
ésta se sumerja
en la oscuridad de
la noche...