Datos personales

viernes, 28 de septiembre de 2012

El Cormorán, El Pirata y El Loro

Un cormorán lastimado,
por un malvado pirata,
para que fuera mascota
el muy truhán lo ha atrapado,
dejándole un ala rota
con el balazo que le ha dado.
De un lado el viejo era cojo
y con vaivén caminaba
y, miraba de reojo,
mientras su pipa fumaba.
Tenía un parche negro en un ojo
y un garfio en vez de una mano
y, en vez de una pierna entera
tenía una pata de palo.
Al ave, en su hombro izquierdo
se subiera, le exigía
bien cerca de su "ojo malo",
que con aquel parche negro
siempre tenía tapado.
Que ahí estuviera parada
el pirata pretendía,
para que así le avisara
lo que estuviera ocurriendo
por el lado que no veía.
Puesto que su ojo izquierdo
hace tiempo le faltaba
(desde que lo dejaron tuerto
de una alevosa estocada).
Él además había perdido
-en otra ocasión ya olvidada-
junto a su mano derecha
algo más de media pierna,
cuando quedó medio muerto
al caer malherido
en medio de una contienda.
Aunque estaba confundido,
porque no estaba seguro
en dónde y qué, le había ocurrido
cuando aún era un mozuelo:
si es que fue en una taberna,
o tal vez en algún duelo
o en un callejón oscuro
le pegaron en el suelo,
o sufrió un artero embate
en una solitaria playa,
o quizás en algún combate,
o en una de tantas batallas
en que había participado.
pues, ni siquiera se acordaba
de lo que le había pasado.
El asunto es que el ave aquella
a la tarea se rehusaba.
El cormorán atrapado,
se encomendó a las estrellas
y, le dijo a aquel canalla:
--“Tú en vez de un viejo pirata,
más bien pareces un tarado.
No más que un tonto corsario
acostumbrado a las ratas.
O es que tú acaso no sabes,
que yo no nací para esclavo.
Mejor búscate un canario
o una de esas otras aves,
que repiten lo que dices
aunque sean nimiedades.
Aquí en el Caribe abundan,
son aves muy habituales
y fáciles de encontrar
en las selvas tropicales.
Atrapa uno de esos pájaros,
que esos, para eso están.
A mí me dejas tranquilo,
a mí me dejas en paz,
yo soy libre como el viento
y no necesito de un dueño,
ver el mundo es mi sueño
y aquí no me voy a quedar.
A mí tú me dejas libre.
A mí déjame volar.
Cuando me cure del ala,
yo me iré de este lugar.
Para mí más que mi vida,
vale más mi libertad.
Pero si tú no quieres
o no tienes voluntad,
de que un tiempo aquí me quede
para poderme sanar,
del ala que me has herido
al atraparme, villano,
si de aquí no salgo sano
o no puedo volar de nuevo
por el cielo y sobre el mar,
prefiero morir luchando
por salvar mi libertad.
Por eso, si no estás de acuerdo
y, veo que no lo estás.
Entonces me voy ahora,
aunque no pueda volar
y tampoco pueda nadar,
yo me voy con mi ala rota
y me voy así nomás.”
Y al terminar de decirlo,
a todos dejó perplejos,
tanto a los que estaban cerca
como a los que estaban lejos,
porque se tiró por la borda
del barco de aquel bandido,
quien no le vio ni la sombra
por estar muy sorprendido,
tampoco lo pudo agarrar
con el garfio que le estorba.
Cayó al agua el malherido,
al agua del ancho mar,
que estaba tibia y agradable
como casi siempre ahí suele estar.
A pesar de las buenas condiciones,
no apareció de nuevo
y no se le volvió a ver más…
En su fe, una gaviota
mientras volaba por el cielo,
se puso a rezar devota
por el pobre cormorán.
De color verde azulado
un loro que por ahí pasaba,
se había quedado parado
sobre el mástil mayor
(aquel de la vela principal)
el que lleva la negra bandera
flameando con la calavera
entre los huesos cruzados;
justo al centro ubicado
del viejo barco pirata,
de ese cruel capitán.
El loro había sido testigo
de todo lo que le había dicho
el valiente cormorán.
Se dirigió el avecilla
a aquel tipo despreciable,
tan sumisa que se humilla
a quien con nadie fue amable
y, le dijo: --“Capitán,
a mi con un poco de agua
y si me aseguras el pan
y yo seré tu mascota,
sin que me tengas que querer
y tampoco que pagar.
Además, que yo al ser un loro
pues, soy mucho más pequeño
para hallar algún tesoro
ya sea que esté perdido
en una isla de ensueño,
o entre torrentes torcidos
de ríos y laberintos,
en una montaña o un cerro,
o quizás en un barco hundido,
o en una caverna oscura
en que se encuentre escondido,
en lo más alto de un risco,
o entre las rocas o las dunas,
o en algún viejo calabozo,
o en la espesura de la selva
cubierto por la neblina,
o al fondo de un profundo pozo, 
o bajo la densa niebla
a los pies de una colina,
o en medio de algún pantano
con matorrales de espinas,
o bien debajo de escombros
de tantas antiguas ruinas.
Y también, yo soy mucho más liviano
para quedarme en tu hombro
o para posarme en tu mano.
Yo estaré siempre atento,
todo el día ahí parado,
con los ojos bien abiertos
y para lo que quiera mi amo.
Porque aquí donde me ven
y, crean que no soy gran cosa,
o me miren con desdén
o para navegar en esta nave
yo no tengo un buen nivel,
o que en las tempestades
yo me acobardaré.
A quién esa duda le cabe,
le diré por esta vez:
un lindo plumaje yo visto,
el cual me queda muy bien
y además, también soy listo.
Porque aunque algunos lo duden
y otros cuantos no lo crean,
tengo mérito suficiente,
pues, soy un marinero a ultranza
con un corazón valiente,
en el mar estoy en mi salsa
y sé manejar las velas
juntos con los aparejos.
El cansancio no me gana
y nunca de algo me quejo.
Por favor no se equivoque,
que hasta he sido mercenario
en algún momento de mi vida
y, les he ganado a varios
con apenas un estoque.
Quienes piensen lo contrario
de inmediato que lo digan.
Si su tutela yo prefiero
es porque los desafíos me gustan
y me impongo disciplina.
Sepan bien y lo reitero,
yo no soy ningún pajarucho
y no tengo nada de bobo
y, aunque hablo sin que me lo pidan,
siempre estoy al tanto de todo.
Algunos dicen que hablo mucho
y que parezco un cotorro,
porque yo nunca me callo
y hablo hasta por los codos.
Pero le puedo asegurar,
que como en nadie,
en mí podrá confiar.
Mi caballero sepa bien
que yo no lo delataré,
ni aunque a mí me torturen
con una feroz tunda
o me tengan de rehén
y me quisieran matar.
Aún así seré una tumba
nada me podrán sacar
y sus secretos conmigo
bien guardados estarán.
Es por eso que le juro
y, pongo a Dios por testigo,
puede estar bien seguro
que yo no le fallaré.
Yo soy un pájaro duro
y mucho puedo aguantar.
Sepa usted, ¡¡oh gran maestro!!
que yo soy un ave muy noble
y aunque quizás le parezco
que yo soy algo debilucho,
pero aguanto más que el doble
de lo que soportan muchos.
Y le defenderé con mi vida
si la situación lo amerita
y, si fuera menester
yo curaré sus heridas
o le daré la comida
o el agua si tiene sed.
Y miraré hacia el lado
que tú no puedas mirar.
estaré sobre tu hombro
y seré más que tu ojo,
que ya no te va a faltar.
También cuando tú estés sólo
o tú te sientas fatal,
yo siempre estaré a tu lado
y te voy acompañar.
Te repito, seré tu amigo
y podrás contar conmigo
para lo que tú quieras,
sin importar lo que sea,
por imposible que parezca,
yo por ti lo haré igual:
yo buscaré la manera
de que la meta se cumpla
o la misión encomendada
llegue a un buen puerto final.
Y te contaré en el oído
si alguien de ti se burla
o si alguien de ti habla mal.
Te diré quienes son tus enemigos
o si te quieren traicionar,
que si planean un motín
o si te quieren robar
alguna parte del botín.
Seré como un perro fiel,
te seré siempre leal
y entenderé si alguna vez,
tú debes ser algo cruel
y me tienes que pegar.
Te serviré como amigo
o si quieres como esclavo,
hasta que llegue el final:
ya sea que yo me muera
o que a ti te trague el mar.”
Dicho esto, el pajarraco,
volando empezó a rondar
alrededor del bellaco.
Quien hasta se olvidó del ingrato,
aquel que se tiró al mar
(el que saltó por la borda
para evitarse el maltrato,
se sacrificó con creces
pues, aunque estaba malherido
y no se podría salvar,
prefirió ser comida de peces
antes que dejarse avasallar
y someterse a los caprichos
de aquel viejo capitán)
Cuando terminó de parlotear
aquella ave sus dichos,
le parecieron sinceros
al pirata fanfarrón
y, escupiendo en la cubierta,
le hizo un gesto a un marinero,
(quien apoyado en un rincón,
contemplaba con la boca abierta
toda la conversación
de aquella pequeña ave).
Y para que nadie le oyera,
le hizo unas señas en clave,
con las cuales le mandó:
que al instante le trajera
-del baúl del bodeguero-
una botella de ron
(con etiqueta de cuero,
de esas que siempre guardaba
para una buena ocasión).
Y ésta por supuesto que lo era
pues quería celebrar
a aquel loro parlador.
Y esbozando una sonrisa
lo miraba complacido.
Es que el parlante pajarillo
le pareció divertido
pero, también bastante pillo
para servirle de ayudante.
La leve y mordaz sonrisa
se transformó de repente
en una ruidosa risa
que con descaro soltara,
mostrando todos sus dientes
(aunque varios le faltaban)
y se le escapaba el humo,
por la estruendosa carcajada,
que a mandíbula batiente
de reírse no paraba.
Mientras el loro expectante
por encima de él volaba.
Con la mano faltante,
de pronto el capitán,
que continuaba riendo,
le dirigió un ademán,
indicándole el hombro izquierdo
con el garfio de metal.
Y antes de que la risa
siquiera hubiese acabado,
se acercó el loro de prisa
y al hombro señalado,
de un brinco, se fue a parar…
Desde entonces que en el Caribe
cormoranes ya no hay,
pues de allí se fueron todos
-como señal de protesta-
y no volvieron jamás.
Asimismo un pirata,
uno que se precie de tal,
en su hombro lleva un loro
y un parche negro en un ojo,
cualquiera sea, da igual,
aunque éste no le falle.
Un garfio en vez de una mano,
él también debe de usar,
la cosa es verse bien malo
para que le tengan miedo.
Y, si le acompaña la suerte,
el terror poder sembrar.
Además de una pata de palo,
una que suene bien fuerte,
cuando se ponga cojear.