se desprendió del cielo pálido
del amanecer y cayó al fondo
de una fuente de agua esencial.
Vertiginosa fluyó con el elemento,
salpicando un destello cristalino
que coloreó de luz una matriz
ajada y casi marchita,
quien lo contuvo lleno de esperanza
cuando ahí se deslizó e implantó,
sembrando una semilla
con tiempo futuro.
Se arraigó y germinó en el nido protector,
donde fue atesorada.
Traería sus inocentes sueños
en el trinar de un canto nuevo y luminoso.
Pero, su alma había llegado a destiempo
y en la estación equivocada
pues, se había extraviado en el camino
mientras volaba hacia la vida.
No pudo continuar en medio
de una imprevista y caótica tempestad,
manifestada de improviso,
abriéndose como las fauces
de un abismo hambriento,
que a dentelladas se apropia
de la indispensable esencia,
dejando sólo un inexistente destino.
Un colapso suprimió la luz del nido
y detuvo aquel reciente palpitar.
Interrumpió las notas recopiladas
para el esperado trino matinal
(que no será cantado ni escuchado)
Inconclusa la madurez del fruto quedó.
El viento apagó su delicada llamita
de fuego vital
y al no poderse preservar
lo fundamental,
se consumió también
su leve tiempo.
Hasta que irremediablemente
el fruto oculto se perdió
en el ya escuálido follaje.
Vacías quedaron entonces
las maternas y anhelosas ramas
que ya no pudieron sostenerlo más
y, el fruto prematuro se desprendió y cayó.
Aún verde, la tierra lo acogió
para devolverlo de nuevo al cielo.
Así, el aroma del bosque se disipó
en una gotita de rocío,
que se secó antes de tocar
siquiera la fresca melodía
de los brotes y de las hojas nuevas.