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miércoles, 25 de marzo de 2015

Impredecible

Llamas a mi puerta,
miras desconfiada:
esperas respuestas,
no sé qué te enfada.
No sé qué decirte.
No sé lo qué pasa.
Pretendo mentirte,
me siento culpable,
aunque no sé de qué.
Observo tu rabia
que apenas contienes,
tu respiración agitada
me advierte
que pronto se acerca
una escena crispada,
patética y terca,
de gritos y llanto.
Tu voz ya frenética,
apaga mi pudor
con tal de desencanto,
que quiero correr
lejos del mal rato
que voy a tener.
Me miras, me retas,
me gritas garabatos
y tus arrebatos
me llenan de pavor.
No sé lo que hice,
tal vez tú lo sepas,
por qué no me dices
y dejas la actuación.
Me culpas de algo,
que aún no me dices,
tus gestos me hablan,
porque tus palabras
no me dicen nada,
pero lo que entiendo
es alguna locura,
alguna ilusión
que sin duda tuviste.
Producto de tu mente
y de mi sumisión.
Antes podía adivinar
tus frecuentes momentos
de locura y paranoia.
Pero el tiempo
te ha vuelto impredecible.
No sé qué te aqueja.
De pronto me enfrentas
con gran agresión.
Mamá, ya estoy grande,
por si no te acuerdas,
hace cuatro años
pasé los cuarenta,
Tú nunca me entiendes,
creo que me iré
muy lejos de casa,
muy lejos de usted.
Y por favor,
mamita querida,
mamita adorada,
procura no olvidarte
mandarme mesada
a la dirección,
que tan pronto la tenga,
te la haré saber.
Si no te he dejado sola
es porque te quiero
y, ¿por el dinero?
bueno, por eso también.
Si no quieres que me vaya,
me lo dices ahora,
porque cuando lo haga
no regresaré.
Ni aunque me ruegues,
esta vez no se repetirá,
lo de la última vez.
(Al menos ahora,
eso creo.
Mañana, tú sabes:
todo puede ser)