No puedo dormirme.
No encuentro mi almohada.
Y no puedo hacerlo
si no puedo abrazarla.
Es porque ya hace tiempo
que me echaste
de la que fue nuestra cama.
Cierro los ojos
y veo tu cara.
Cuando los abro,
no veo nada.
A veces te oigo
entre mis sábanas:
“ahora no quiero,
no tengo ganas”.
Esto sí, no me lo esperaba:
no puedo dormirme,
¡¿dónde está mi almohada?!.