Al
atardecer de un día levemente soleado, inmersos en un paraje lacustre, dos siluetas avanzan por un rural camino.
Se trata de un padre con su pequeña hija, quienes van pedaleando en sus bicicletas. Luego de un rato llegan a una cuesta de regular
pendiente, por la que suben hasta una meseta ubicada sobre un pequeño monte, en donde
se yerguen algunos robustos y orgullosos árboles antiguos. Mientras unos nubarrones se van acumulando en el cielo, el sol poniente
del atardecer ilumina tímidamente un gran lago, que, desde aquella loma, en que ambos se encuentran, se puede apreciar en casi toda su extensión y, parte de cuyas aguas bañan
suavemente los pies de aquel montecillo. La brisa acaricia la superficie del
agua, generando juguetones destellos y pequeñas olas que salpican y tornan el
horizonte en una promesa de un brillante y mágico tesoro.
El
hombre, por alguna desconocida y extraña razón, se despide afectuosamente de la
niña, abrazándola y levantándola por los aires, como tantas veces hacía, porque
sabía que a ella eso le encantaba. Después baja por la ladera hacia el lago y se
sube a un viejo bote que se hallaba flotando amarrado a un pequeño embarcadero
en aquel punto. La niña observa confusa y constreñida.
El
padre parte en su viaje remando con rumbo hacia el sol, mientras la niñita
desde lo alto, lo observa desaparecer en el horizonte. Corre de un lado a otro
mientras unas lágrimas se escurren por sus pálidas mejillas, la inocente niña
no entiende cabalmente lo que ocurre y espera con ilusión que su padre regrese.
Pero, la espera es inútil porque para su desgracia, eso no ocurre…
El
ocaso ya desplaza al día y el anochecer comienza paulatinamente a envolverlo
todo. Los árboles ya no se ven tan bellos y amistosos. La inquietud de la
pequeña va en aumento conforme oscurece, pronto se torna en angustia.
Perturbada y sin comprender aún lo sucedido, decide volver a casa. La
bicicleta de su papá queda apoyada en uno de los árboles, tal como él la dejó
cuando llegaron a aquel sitio; ella triste y confundida, se monta en su
diminuta bicicleta y se retira del lugar, dando de vez en cuando alguna ojeada
al casi oscuro y brumoso horizonte.
La
menuda niñita al día siguiente retorna en su pequeña bicicleta a aquel mismo
punto, pero en vano. Nada indica que su padre haya regresado, su bicicleta
sigue apoyada en el mismo árbol en que él la dejó.
Así
cada día, una y otra vez, la niña sube aquella cuesta, llega a la meseta,
desciende de su bicicleta, la deja apoyada en el mismo árbol en que su padre
apoyara la suya el día en que se fue, aquella “bici” que ya tampoco está. Y
entonces comienza su rutina de mirar fijamente hacia el horizonte, con sus
ojitos húmedos llenos de esperanza.
A pesar
de lo incierta situación, cada día recorre el habitual itinerario y repite
sus acostumbradas acciones, casi como un ritual, sin variación apreciable. Y
aunque parecía inútil su esfuerzo, ella no se da por vencida, la esperanza de
reencontrarse con su amado padre no decae, se hace incluso más fuerte.
Van
cambiando los paisajes correspondientes a las distintas estaciones del año
mientras la infatigable niña va creciendo y se esfuerza por mantener viva la fe
de ver otra vez a su papá. Sin importar si hay calor, frío, lluvia o viento,
desea estar allí cuando él vuelva. “¡Te prometo que volveré pronto mi amor!”
--le había dicho al despedirse-- por eso no duda y sabe que en cualquier
momento lo hará.
Ni el
correr del tiempo ni las inclemencias del clima son suficientes para detenerla,
así que ella siempre regresa afanosa a aquel mismo sitio, ahora en su cada vez
más endeble y gastada bicicleta.
Con el
transcurrir del tiempo, ya es una joven y atractiva mujer, que pronto se pone
de novia, se casa, forma una familia, se convierte en madre, pero no pierde la
esperanza del ansiado reencuentro. Lo cual comparte también con ellos, que la
acompañan en ocasiones en tan singular cometido...
Con los
años, irremediablemente, los hijos se han ido, ella ha enviudado…Sin embargo,
voluntariosa, continúa haciendo el infaltable recorrido sin jamás claudicar.
Distintas
generaciones la vieron pasar. Alguna gente que se cruzaba en su camino la
miraba con curiosidad y otras tantas con un dejo de piedad y a veces
admiración. Ella resuelta, nunca deja de andar el sendero hacia la cuesta,
subía animosa en su bicicleta hasta la meseta y se ponía a mirar pensativa el
horizonte. Momentos importantes se recreaban en su mente, sus recuerdos ligados
a su padre, los juegos infantiles que compartían. -- ¡ Oh Dios, cuanto lo
extrañaba ! -- Más tarde bajaba la acostumbrada loma… en ocasiones se le notaba
algo decepcionada, otras con un poco de resignación e incluso en ocasiones,
desolada. Pero muy pronto se recuperaba y el ímpetu volvía a su interior.
Los parajes
de las distintas temporadas se han ido transformando. Al igual que la mujer,
que como es natural, ha ido envejeciendo y se ha convertido en una venerable
ancianita.
Sin
embargo, a pesar de lo viejita que está y de aspecto debilucha, en ella todavía persiste inalterable,
el profundo anhelo de reencontrase otra vez con su querido y adorado padre. Por
tanto, sigue ahora en una desvencijada bicicleta, asistiendo al mismo sitio sin
jamás abatirse ni desfallecer.
El
tiempo sigue inexorable y el entorno del lugar ha cambiado ostensiblemente al
igual que el horizonte, que ya no corresponde a las refulgentes aguas de un
lago, sino que pertenece a las bailarinas espigas de oro de una fronda “maleza”
con apariencia similar a la de un trigal…
La
viejecilla ha subido como siempre, ahora la dificultosa y empinada cuesta, la
cual cada vez le parece más larga. Ya arriba, antes de proceder a su habitual
rito, trata porfiadamente dejar parada en la cima de la loma su también vieja y
destartalada bicicleta. En aquella tan conocida loma, que tantas e incontables
veces ha visitado. Pero es en vano, igual se le cae, después de un par de
intentos fallidos ya no le importa más y la deja tirada en el suelo. Observa un
rato el horizonte, mientras el vasto matorral de espigas ondea a merced del viento.
Al rato
se decide a bajar por la inclinada ladera, que en su mayor parte antes estaba
cubierta por las aguas del lago. Lo hace lentamente, tantos años le pesan
demasiado en su cuerpo algo gibado y gastado por el tiempo y los recuerdos.
Una vez
que llega a la parte más baja, se introduce en aquel falso trigal y avanza en
la dirección que había tomado su padre, cuando todo aquello le pertenecía al
gran lago y quedaba oculto bajo sus otrora destellantes aguas…
Al
abrirse camino por entre las espigas maduras, su viejo y curvado cuerpo demarca
una senda que sigue el trayecto que va recorriendo. Un importante trecho había
ya trazado por entre el rastrojal, cuando repentinamente aparece un claro y, en
medio, un destartalado bote semienterrado.
Se
aproxima, al tiempo que su corazón comienza a latir más intensamente. Una
lastimosa idea le aflige y necesita despejarla. Pero sí, se recuerda
perfectamente, a pesar de los cortos años que ella tenía cuando se produjo la
penosa despedida. Son muchos los años ya pasados, pero a ella le parece ayer.
Aunque le gustaría que no fuese así, no tiene dudas, esa era la misma pequeña y
esmirriada embarcación en que hace tantos años atrás vio partir a su amado
padre hacia un destino desconocido, con la promesa de volver.
Estaba
ahí, apenas asomada entre la tierra arcillosa, que antes fue el fondo del gran
lago. La ancianita da un par de pasos y se coloca sobre lo que queda de la
embarcación y entonces hace una pausa, en el torbellino de pensamientos que
hierve dentro de su canosa cabeza, eleva la vista y da una prolongada y
lánguida, pero a la vez, tranquila mirada al cielo…
Posteriormente
se arrodilla, poniendo al mismo tiempo sus arrugadas manos sobre la tierra
acumulada dentro de los restos de aquel bote, extiende hacia delante sus brazos
sin levantar sus manos y desliza su cansado cuerpo hasta quedar recostada,
parece querer materializar el recuerdo de su adorado padre y formar parte de
aquella tierra; luego adopta casi la posición fetal y finalmente, junta ambas
manos y las coloca debajo de unas de sus mejillas…y así se duerme plácidamente,
tal como lo haría un bebé...
Transcurre
un indeterminado lapso de tiempo. Justo cuando un suave y resplandeciente rayo
de sol acaricia su surcado rostro, abre sus aletargados ojos y en ese momento
un agradable calorcillo la envuelve y estremece, haciéndola sentir una apacible
e indefinida sensación.
En su
fatigada mirada se percibe, que a pesar del tiempo y de todo lo pasado, ha
permanecido incólume el perenne brillo ansioso que siempre habían poseído y guardado
sus ojos. Se pone de pie con algo de sigilo y mientras se sacude, mira
nostálgica el ya tradicional horizonte. De pronto, a lo lejos divisa una
silueta que se acerca y que al percatarse que ha sido vista por ella, se
detiene.
La
viejecita pone su mano sobre su frente, con el gesto que se hace cuando se
quiere ver mejor, haciendo sombra sobre sus ojos para evitar que la encandilen
los brillante y cálidos rayos del sol. Trata de ajustar lo más que puede su
precaria visión y…no puede creer lo que está viendo… Hay un momento de duda.
Cree que es obra de su imaginación, seguro que su mente estaba soñando de
nuevo, tantas veces lo había imaginado y siempre era tan nítido como ahora. Por
lo que seguramente también debía ser producto de su sueño recurrente, porque
siempre se veía tan de verdad… ¡ Se sentía tan real !... ¡¿Acaso
era un espejismo?!. ¡ Pero no !. ¡¡ Es cierto !!. ¡¡ Lo estaba viendo !!. ¡¡¡
Sí, ha vuelto...al fin ha regresado !!!. ¡¡Sabía que lo haría!!. ¡¡ Pues claro,
sí se lo había prometido !!. ¡¡ Y ahora está ahí, tan cerca: lo ha encontrado
!!.
Quiere saltar, correr, reír… Comienza, no sin dificultad, a caminar hacia
él, avanza impaciente lo más rápido que puede, tomando en cuenta los antiguos
años que carga…
A
medida que se acerca a él, siente que la invade una inmensa alegría, una
felicidad tan grande que se emociona, casi apenas puede respirar. Experimenta
algo insólito, lo que está ocurriendo como que la eleva, siente una sensación
entre somnolencia y frenesí. Cada vez camina más y más rápido, se va sintiendo
más liviana y rauda…Si hasta puede correr… ya casi puede volar.
Sin
ella percatarse, ha ido cambiando mientras avanza hacia aquel anhelado
encuentro: de anciana a mujer madura, luego a joven y… cuando está cerca por
fin de su querido y añorado padre, ya es una pequeña, adorable e inocente
niñita… Entonces se detiene por un breve instante, como para cerciorarse
que sí es él o, quizás, para disfrutar y atesorar más aún, aquel mágico y
milagroso momento. Luego, corre hasta llegar junto a su ansiado padre. Ambos se
funden en un tremendo y tan apretado abrazo, que hasta parecen ser sólo uno.
Al
tiempo que los pajarillos cantan y revolotean en el cielo, el padre levanta en
sus brazos a su pequeña hijita que ríe y ríe cuando la hace girar por los
aires, como siempre y tantas veces hacía, pues sabía que eso a ella le
encantaba…
Mientras
los envuelve una especie de aurora boreal, van ascendiendo lentamente,
amparados por el sol brillante en el cielo. Se van haciendo más y más tenues
hasta desvanecerse... Justo en esos momentos parece que la luz del sol se hace
más refulgente y sus luminosos rayos van pintando de dorado las danzarinas
espigas que se mecen al compás del viento...
-- F I N --
------------------------------------------------------------
Escrito, en una adaptación libre, por: Britorm.
------------------------------------------------------------
Basado en el cortometraje titulado originalmente: “Father and Daughter” by Michael Dudok De Wit
Un video en dibujos animados del cortometraje se puede encontrar en la web, en el siguiente link:
https://www.youtube.com/watch?v=VUqBfBRYI4A
https://www.youtube.com/watch?v=U-cmdV-V7Kw